Así escribí "El peso de la lanza"


        Buenas tardes a todos. Hos os traigo un artículo de reflexión sobre cómo escribí un relato para una antología muy especial que pronto verá la luz.

        El verano pasado, allá por agosto, Laura Morán lanzó un reto por twitter a raíz de la polémica generada en torno al videojuego The Witcher y machismo. Hubo cierto sector que empezó a escudarse en “es que en el Medievo…” para justificar ciertas conductas y cosas del juego. Pero resulta que en The Witcher, estando como está basado en las novelas de Sapkowski, hay dragones, bichos mitológicos varios, magia, elfos y todo un elenco de elementos sobrenaturales que obviamente no había en el Medievo europeo. Y, pese a todo, esta gente se aferraba al “pero es que en el Medievo”.

        A mí, el mensaje parecía claro: tu mundo, tus reglas. Es decir, si escoges voluntariamente que haya dragones, hadas, elfos y magia, ¿por qué no escoger que NO haya machismo? Es decir, no estamos hablando de una novela histórica que trata de reflejar en la mejor medida posible la sociedad y la cultura de la época, sino de una obra de ficción con claro corte fantástico.
        De modo que, partiendo de este punto, Laura tuvo una idea: montar una antología de relatos de fantasía medieval que debían cumplir una sola condición: estar ambientados en un mundo no machista. Parece sencillo, ¿verdad? Pues no lo fue tanto.
        Cuando me puse a pensar qué podía escribir, la primera tentación fue la de remitirme al clásico Medievo europeo como ya lo hacía con “Sueños de Dragón”, pero luego cambié de idea al recordar un artículo de una persona donde hacía un llamamiento a cosas que quería ver en novelas y relatos y que no encontraba. Entre ellas figuraba una protagonista que no fuera adolescente, sino una persona mayor o de mediana edad y una ambientación medieval NO europea.
        Decidí aceptar el reto y desafiarme a mí misma.
        Lo bueno, es que ya estaba familiarizada en la creación de estructuras sociales no machistas: los elfos de “Sueños de Dragón” son un matriarcado.
        Lo segundo bueno, es que tras las correcciones de “Sueños de Dragón” por parte de una amiga había visto que tenía sesgos machistas incluso en ese matriarcado. Sesgos de los que yo misma no era consciente hasta que ella me los señaló pero que llevaba interiorizados desde pequeña. Tuve que corregir ciertas cosas en la novela de las que no me arrepiento.
        Así pues, en lo que respecta a crear algo no machista, creía estar preparada y lista para detectar las cositas chungas de mis propios sesgos.
        El problema principal no fue ese, o no sólo ese, al menos, sino que no conocía en ese momento muchas mitologías medievales más allá de la europea. Así que el primer paso iba a ser elegir una y documentarme, sobre todo en torno a las estructuras narrativas, ritmos y tipos de historias que tenían esas otras mitologías (podían no parecerse en nada a las europeas). Así pues, tras mucho pensar, elegí irme a Hawaii después de acordarme de la novela Nación de Terry Pratchett.
        Lo hice por dos motivos: quería un Medievo lo más alejado posible del europeo y quería una mitología sobre la que no supiera nada para aprender cosas nuevas, ya que estaba.
        Y ahí me lancé. A aprender mitología hawaiana. Fue duro, largo y fascinante a partes iguales. Me llevó más tiempo del que pensaba documentarme y empaparme de sus historias, sus invocaciones, sus ritmos y su magia. Tuve que crear nuevas referencias para una cultura que no conoce la forja del acero, que no tiene mucho contacto con el hielo, que no conoce lo afilada que es una espada porque sus armas son lanzas y mazas hechas de piedra o hueso. Tenía que desechar cualquier referencia a “miradas aceradas”, “dura como el acero”, “fría como el hielo”… y crear todo un nuevo set de referencias narrativas.
        La sociedad no machista llegó sola y fue casi sencillo. Decidí mantener una sociedad estamental (tan clásica en el Medievo) basada en el orden de nacimiento en vez de en la riqueza donde éste determina la profesión. Fue lo más equitativo que se me ocurrió para descartar cualquier sesgo machista en cuanto a los “pueden o no pueden hacer mis personajes por ser de un género concreto”. Así que en el mundo de “El peso de la lanza”, el género no sería un obstáculo, lo sería el orden de nacimiento.
        De modo que en mi mundo los primogénitos son guerreros, los que nacen segundos sacerdotes, los que nacen terceros heredan las tierras y los barcos de pesca y los demás se dedican a labores de artesanía y creación. Mujeres en todos los estratos y también hombres en todos ellos. Y lo que me pareció más importante: el primogénito no es el que es “dueño” de las tierras, sino el que nace tercero. Los primogénitos y segundos no tienen posesiones propias, dependen del matrimonio para conseguir tierras y hasta casa, son los “mantenidos” de la sociedad.
        En el caso de la magia, y tomando como referencia algo que leí mientras me documentaba, el poder mágico procedería de la mujer, de su fertilidad, así que decidí que el sacerdocio se ejercería por parejas de magia: hombre-mujer. Entiéndase “pareja” como compañero de trabajo, no se trata de algo amoroso. En estos pares de magia, la fuerza mágica proviene de la mujer, dado que ella es fuente de vida y, al ser fuente de vida, lo es también de magia. De este modo, para todos los rituales, harían falta siempre mínimo un hombre y una mujer. Quería crear en la medida de lo posible una sociedad igualitaria, no era cuestión de invertir los roles.
        Por último, elegí como protagonista a una mujer guerrera jubilada de más de cincuenta años. Una mujer que en sus tiempos fue la mejor luchadora de las islas, elegida por los Akua (Dioses) incluso, una auténtica leyenda viviente… pero que ya es mayor. Y en este punto, decidí ir más allá. Mi protagonista no iba a poder tener hijos. Y este fue el punto que realmente me supuso un reto en el relato. Porque si mi sociedad es no machista, ¿cómo afecta eso al derecho reproductivo de las mujeres? ¿Estaría mal visto no tener hijos? ¿Estaría bien visto? ¿Daría igual? ¿Cómo lo viviría ella? ¿Le habría afectado?
        Me plantee todo esto y más. Le di muchas vueltas. Finalmente llegué a la conclusión de que una sociedad que basa su equilibrio social en tener muchos hijos y la magia en la fertilidad (tened en cuenta que los terceros son los que se encargan de la tierra y de la pesca) iba a valorar mucho tener descendencia. Pero con ciertos matices. Es decir, los primogénitos son guerreros y los segundos nacidos son sacerdotes, de ellos no se espera que tengan descendencia, ya sean hombres o mujeres, no al menos hasta que se retiren, porque su labor social es otra. Se espera que dediquen su vida a la defensa del reino y a la magia, a aplacar a los espíritus de los volcanes y a traer fertilidad a la tierra. En cambio, si se esperará que los terceros y cuartos hijos tengan descendencia y la presión recae por igual en hombres y en mujeres. Al tratarse de una sociedad que precisa de familias muy numerosas para funcionar la presión sobre los pescadores, agricultores y artesanos será grande, pero no sobre los guerreros y sacerdotes.
         Por otro lado, esa parte de la sociedad que no tiene hijos y que sin embargo son los primeros en nacer podrían llegar a suponer una carga social importante. Pero con gran número de vástagos por familia, la carga que supondrían los primeros y segundo nacidos sería asumible. Siempre habría tíos, primos y numerosos hermanos y hermanas en cada grupo familiar, de modo que el hecho de que algunos miembros de la sociedad no tuvieran descendencia no supondría problema alguno.
        A raíz de todo esto decidí que sí, que mi protagonista estaría triste por no tener hijos, pero no solamente por el hecho de no ser madre. Su tristeza iría mucho más lejos. Estaría triste por no poder enviar a su primogénito a la guerra cuando el jefe de los clanes convoca al ejército. Porque ella es ya mayor, está retirada y no se espera que vaya en persona y no ha tenido hijos. No tiene a nadie a quién enviar… Y ahí es donde empieza todo, de donde parte mi relato.
        La verdad es que no sé si acerté o no con este planteamiento, pero era importante para la historia y fue lo que más me costó definir.
        Y hasta aquí podemos leer y puedo contaros. Ahora sólo espero que disfrutéis del relato cuando la antología vea la luz de la mano de Laura Morán y acompañéis a Koalani en su viaje. La historia empieza así:


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