Mi experiencia del Cuentiembre


        Buenos días a todos. Durante este pasado mes de noviembre he participado en un peculiar Nanowrimo (National Novel Writting Month) adaptado a gente trabajadora, tal y como comenté en una entrada anterior. El reto consistía en escribir un microcuento o microrrelato al día de entre 100 y 500 palabras. Para ello, unas amigas y yo abrimos un blog AQUÍ de cara a animarnos mutuamente y darnos refuerzo positivo durante todo el mes. Pues bien, ya ha acabado y ahora voy a hablaros un poquito de mi experiencia.

        Primero he de deciros que lo he logrado. He logrado mantener el ritmo y escribir un relato al día. Algunos días no pude por enfermedad o cansancio u otras razones, pero lo recuperé en días posteriores colgando dos relatos. El total de palabras escritas ha sido de 19.386, lo que no está nada mal, la verdad. Eso equivale a algo más de 600 palabras al día, lo que está por encima del objetivo propuesto. Así que me siento muy orgullosa.
        Ha sido duro, eso sí, y no tenía muy claro poder lograrlo. El reto ha sido sobre todo de inventiva, porque los relatos tenían que ser todos diferentes, y tener 30 ideas diferentes y desarrollarlas en mayor o menor medida hasta obtener un relato de mínimo 100 palabras, ha sido a veces duro. Me ha hecho aprender a escribir bajo más presión de la que estoy acostumbrada y sobre todo a improvisar. No me he rendido, pero es que rara vez me rindo cuando escribo, aunque estar mano a mano con mis compañeras de penuria ha ayudado mucho a encontrar el ánimo esos días en los que a lo mejor me hubiera planteado “no escribir por ese día”. Otra lección importante es que me he lanzado a escribir cosas que no son habituales en mi repertorio, como historias felices y hasta levemente humorísticas, y no sólo de scifi o fantasía.
        Tengo que decir que sé que algunas de las historias que he sacado no son especialmente buenas y de alguna que otra siento especial vergüenza; pero con otras, en cambio, estoy muy contenta. Y esa es otra de las cosas que he aprendido: a escribir contra viento y marea aunque sepas que el resultado esa vez no será bueno. Ya habrá tiempo para correcciones posteriores, si se tercia. Lo importante de este reto era escribir, seguir adelante, no dejarlo… y siento que eso lo he logrado.
        Los primeros días fueron fáciles, tenía cubierto hasta aproximadamente la mitad del mes porque partía de una lista de 15 ideas que ya llevaba un tiempo rumiando y anotando. El resto fueron saliendo solas y las intercalé con las 15 ideas iniciales que me fui guardando para emergencias. El final de mes fue la peor etapa, cuando las ideas empezaban a no ser tan buenas, el desarrollo del relato flaqueaba por el cansancio acumulado o, simplemente, ya no se me ocurrían apenas ideas decentes.
        Fue entonces, cuando sólo faltaba una semana para acabar, que decidí dar el salto y abrirme al público como parte de un reto mayor que llevaba ya planteándome desde mediados de mes: que mis seguidores o gente de twitter me propusiera ideas con las que trabajar. Quería ver qué podía hacer con ideas ajenas, y ver si de verdad podía sacar algo bueno de cualquier cosa, tal y como dijo una vez Jim Butcher (que no hay idea mala para una novela). De modo que mis últimos 5 relatos nacieron de ideas ajenas, ideas que me dieron por twitter y que seleccioné porque pensé que sería fácil hacer un relato con ellas o porque la idea tenía garra y fuerza y evocaba cosas de modo automático. La experiencia fue increíble y la disfruté mucho. Algunas de esas ideas daban para mucho más que un relato corto y esas fue con las que más sufrí, pero, pese a lo difícil que me resultó en algunos casos, también completé ese reto… con mayor o menor soltura. De lo que me siento también muy orgullosa.
        Así que mi valoración final del Cuentiembre es muy buena. Ha sido increíble. Y el año que viene estoy dispuesta a repetirlo de nuevo.
        Aquí os dejo con una lista de todos las ideas que he usado para los relatos (las 15 primero son las que ya llevaba listadas de antemano).


        Para terminar, os diré que estos relatos que os voy a poner a continuación han sido mis 5 favoritos de todos los que he escrito este mes. Si queréis leerlos todos, así como los de mis compañeras de fatigas, sólo entrad en el COVEN.

1.    Samhain.
        Egan corrió bajo la mortecina luz del crepúsculo mientras los últimos rayos de sol amenazaban con perderse más allá del horizonte. A su espalda, hacia el sur, la luna despuntaba sobre los árboles y las primeras estrellas empezaban a vislumbrarse sobre el manto violeta del cielo. Ante él, negro, ominoso, brillando tenuemente sobre la colina, el círculo de piedras hacia el que corría se recortaba contra el firmamento. Y en ese instante, cuando un leve atisbo de esperanza volvía a crecer en su interior, los sabuesos infernales aullaron de pronto tras él, helándole la sangre de nuevo.
        Pero no podía flaquear. No ahora. No estando tan cerca.
        Un poco más. Un poco más...
       La hora entre horas esta próxima y el velo entre mundos sería entonces, al fin, tenue y podría cruzar... si es que llegaba a tiempo. Apretó los dientes y trató de correr más rápido pese a lo exhausto que estaba y el dolor creciente en sus piernas y pulmones.
        Ya subía la colina cuando los aullidos redoblaron su intensidad y trastabilló a punto de caer colina abajo, directamente en manos de sus perseguidores. Ni siquiera miró atrás. Continuó corriendo, jadeando en medio del día que moría y la noche que nacía, y pasó por entre las altas piedras del henge con un gemido más propio de un animal herido que de un ser humano. Tropezó, una vez más, en medio de la creciente oscuridad y cayó de bruces al suelo...
        El tiempo pareció ralentizarse y hacerse denso como la melaza sobre su piel...
       El frío golpeó su rostro, húmedo, revitalizante, robándole el aliento. Ni siquiera se levantó. Se giró sobre sí mismo sobre la blanca nieve que destellaba a la luz de la luna y contempló el firmamento cuajado de estrellas con los ojos llenos de lágrimas mientras su cabello pelirrojo encanecía y su rostro se llenaba de arrugas en apenas un instante. Pero nada de eso le importó.
        Había vuelto a casa

2.    Otoño.
        Sentía que estaba muriendo. Había podido notarlo desde hacía ya semanas en sus mismas entrañas. La vida ya no circulaba como antes por su interior y no le había quedado otra opción que suprimir muchos de sus procesos metabólicos. Eso había provocado cambios en su color, pero no le importaba. De hecho estaba muy orgullosa de su nuevo aspecto. Desde que había nacido, siempre había envidiado el color cobrizo de la corteza de su árbol y no comprendía porqué tenía que ser verde como la inmunda hierba que se arrastraba por el suelo. Ahora, por fin, tras muchas estaciones, lucía el aspecto que siempre había deseado tener.
        La pequeña hoja miró su reflejo en el cristalino cauce del río que fluía bajo su árbol y contempló largo rato, maravillada, el precioso color dorado rojizo que lucía ahora. Iba a morir, sí, pero lo haría con un traje de gala como nunca nadie antes había tenido la osadía de lucir en aquella rama... Bueno, nadie salvo el resto de sus amigas que, al parecer, habían tenido exactamente la misma idea... Estaba claro que eran unas envidiosas.
        Pero ella había sido la primera en vestirse de otoño y eso tenía que significar algo.
       Una súbita ventolera la sacudió con fuerza, haciéndola sentirse mareada y... Algo se rompió cerca de su base y sus últimos pensamientos altearon en el frío aire otoñal mientras ella y sus hermanas se precipitaban sobre la hierba.
        Ha merecido la pena ser hermosa.

3.    Transferencia mental.
        No se podía viajar en el tiempo. Y hasta el tiempo mismo se había acabado. Estaban al borde de la extinción. Su Tierra moría, agonizaba, al igual que la especie humana al completo. Al menos los que no habían migrado. E incluso esos temían que, con la muerte de sus cuerpos, su alma pereciera también y todo terminara para siempre. Pero a lo mejor no ocurría, y a esa esperanza se aferraba ahora la humanidad. Una última opción. Una última salida desesperada. Una última...
        Arundhati Bharat Bhusan sacudió la cabeza, sofocando aquel pensamiento. La salvación para la especie humana, eso era en lo que era correcto pensar. En la salvación para la humanidad, sí. O al menos para SU especie humana. La salvación para los suyo al fin y al cabo. O para parte de los suyos. Porque no todos podían permitirse migrar. O descargarse, como habían empezado a llamarlo la gente de su edad. Nadie lo llamaba por lo que realmente era.
        Arundhati se frotó los brazos con incomodidad y luego ajustó una vez más los electrodos que rodeaban su cabeza rapada. Echaba de menos el pelo, su bonito pelo negro y largo, pero ya no le valdría de nada, no a donde iba. De hecho, tenía que reconocer que había sido bonito en el pasado, cuando comía bien y su vida era próspera, pero no en los últimos años, cuando la radiación había empezado a afectarlos a todos, la comida había empezado a escasear en todas partes, incluso en los países ricos, y la enfermedad había empezado a carcomerla por dentro.
        Pero no quería pensar en eso tampoco, como no quería pensar en lo que de verdad iba a hacer. Lo correcto era aferrarse a que iba a dejarlo atrás. Por fin. Y si tenía que raparse para que así fuese, el sacrificio habría valido la pena. Incluso abandonar a sus padres merecería la pena si todo salía bien y la muerte no significaba morir de verdad.
        Habían encontrado a alguien compatible para ella.
Porque la razón por la que no todos podían permitirse migrar, nunca había sido económica. No al menos en los últimos tiempos, sino de compatibilidad, de empatía. No todos tenían un reflejo en el otro lado al que migrar. Las personas del otro lado no siempre eran otra versión de ellos mismos, a veces eran demasiado diferentes y, por lo tanto, incompatibles.
        Invasión.
       Arundhati apretó los dientes y tragó saliva. No, esa no era la palabra que debía usar. Migrar estaba bien. Descarga también. Lo alejaba de lo personal. Pero invasión tenía aquellas incómodas connotaciones morales negativas, reprobatorias, como si lo que estaban haciendo estuviera de algún modo mal. Cuando la verdad era que no tenían otra opción para salvarse de la extinción...
        Aunque el precio fuera exterminar una mente, una personalidad, un alma, del otro lado. ¿Pero qué otra opción les quedaba cuando hasta el mismo tiempo llegaba para ellos a su fin?

4.    Dragones.
        Las baldas de la alacena estaban llenas de frascos, potes y cajas llenas de especias, piedras de colores, líquidos de texturas extrañas y polvos misteriosos. Algunos de los tarros estaban opacados por el tiempo y era difícil discernir lo que contenían. Otros, en cambio, eran más nuevos y su vidrio destellaba débilmente a la luz de las velas, dejando ver todo lo que había en su interior. Las cajas, sin embargo, eran todas de madera vieja y oscurecida por los años, con las vetas casi en relieve y su superficie suavizada por el uso hasta resplandecer.
        Sugai canturreó algo por lo bajo y alargó una garra para coger con delicadeza uno de los frascos más pequeños del estante más alto. Lo ojeó a trasluz contra la llama de una vela y luego le sacó el corcho que lo cerraba con suma delicadeza con las afiladas uñas de la otra garra. Sin dejar de canturrear, acercó su hocico al botecito y sacó su lengua bífida para captar mejor el olor de la mezcla de especias que contenía. Asintió. Era fuerte y potente, y combinaría bien con las zanahorias y las manzanas de su guiso. Obviamente, también lo haría con la carne.
        El dragón sonrió, mostrando una afilada hilera de dientes, y caminó con soltura hasta el fuego que había en el otro extremo de la sala, donde una enorme olla pendía de gruesas cadenas sobre el fuego. Borboteaba con alegría, llenando el aire de aquella zona de la cueva de ricos olores. A Sugai se le hizo la boca agua. Si olía así con tan sólo las verduras, ¿cómo lo haría cuando echara la carne?
Con un elegante gesto, sacudió con delicadeza el botecito de cristal sobre el estofado hasta que una suave lluvia de hierbas trituradas se mezcló con el caldo. Cerró el bote, volvió a la alacena y dejó las especias en su sitio. Luego, sus ojos ambarinos de clavaron en el humano que tenía en una jaula en una esquina de la habitación.
        —Bueno, pues ya os toca, señor mío —anunció con voz cantarina, o todo lo cantarina que podía ser su voz, al menos.
       —¿Ya? ¿Tan pronto? —preguntó el hombre desnudo, aferrado a los barrotes y mirándolo con resignación—. ¡Pues vaya!, qué se le va a hacer ¿no? Al final no han venido a rescatarme.
        —Lo siento —respondió Sugai—. Ya os dije que era poco probable. Hace ya años que no recibo visitas de rescate. Antes eran más comunes, sí, pero los tiempos cambian, parece. —El dragón se encogió de hombros con un leve movimiento de las alas y se acercó a la jaula—. Al menos os prometo que estaréis delicioso. Me he esforzado mucho con este caldo. Hasta le he puesto vino. De una buena cosecha, además.
        Si había algo en lo que siempre se esforzaba, era en eso: en ser educado con la comida. Si algo le habían demostrado sus años como “Temible Dragón del Bosque” era que bastantes de aquellos caballeros que venían periódicamente a por él agradecían las buenas formas. Otros no, otros gritaban, pataleaban y hasta lloraban por su destino. O hasta le insultaban, perdiendo todo el saber estar y toda la educación. Pero, incluso con esos, él era amable; tenía una educación, después de todo.
        Al menos, esta última vez había tenido suerte, su siguiente comida era todo un caballero. De los de antes, de los que apenas quedaban. Y sólo por eso merecía todo su respeto.
        —Espero que no os ofendáis, señor caballero…
        —Sir Argan, podéis llamarme sir Argan.
       —Sir Argan, os lo tengo que preguntar, ¿deseáis entrar vivo en la olla o preferís que os parta antes el cuello para ahorraros el dolor? Prometo que será rápido, si así lo deseáis.
        El caballero se lo pensó apenas un instante y luego también se encogió de hombros.
        —Bueno, ya que se me ofrece, preferiría morir antes, señor Sugai.
        —Ha sido un honor ganar contra vos, sir Argan.
        —Ha sido un honor perder.
        El dragón asintió, abrió la jaula, cogió al noble caballero que ni siquiera se resistió y, de un rápido gesto, le partió el cuello. El hombrecito ni gritó. Honorable hasta el final, tenía que reconocerlo.
        Sugai lo limpió bien de heces y sudor, para luego trocearlo con habilidad sobre su tabla de cortar favorita antes de meterlo en la cazuela. Al poco, el dulce olor de la cocción de la carne llenó sus fosas nasales.
        Efectivamente, su estofado de caballero iba a estar delicioso.

5.    Creando vida.
        Las cantidades a mezclar siempre eran muy concretas, pero diferentes cada vez. Tenía que tener las proporciones justas de lo uno y de lo otro, de esto y de aquello, si quería que el resultado fuera el óptimo. Un poco más de una cosa y menos de otra podían resultar en un completo desastre, bien lo sabía. Había fracasado ya demasiadas veces como para no ser consciente de ello. Pero de los errores se aprende. Así que al fin, tras muchas pruebas y muchos quebraderos de cabeza, había dado con la fórmula magistral que tenía que usar esa vez. O eso creía, al menos. O más bien, lo esperaba. Porque, si no daba con ello, estaría en serios apuros, dado que se le estaban acabando todas las materias primas que necesitaba para su pequeño proyecto. Y no había forma alguna en que pudiera conseguir más. Tenía para dos o tres pruebas extra a lo sumo y luego se lo jugaría todo a una última mezcla de ingredientes. Esperaba no tener que llegar a eso.
        Se concentró, añadió una pizca de esto, una pizca de aquello, un montoncito de lo de más allá, una buena cantidad de lo de más acá, un extra de eso otro de ahí y… aplicó primero frío y luego calor… Lo lanzó sobre el que sabía era el medio de cultivo ideal para su mezcla…
        Y esperó millones de años, contemplando cómo las pequeñas moléculas interactuaban unas con otras, combinándose entre ellas, para luego hacerse más y más grandes y empezar a agruparse. Primero fueron pocas, luego muchas, y luego éstas crecieron, se multiplicaron y se envolvieron en nuevas estructuras, hasta que, de pronto, algo aleteó bajo las aguas de aquel planeta, llevando la vida a donde antes no la había.
        La entidad sonrió, contempló su obra y deseó que creciera fuerte y sana, y se diversificara, variara y mutara. Puede que en unos pocos millones de años más otra especie inteligente poblara la galaxia, o puede que no. Pero, si su intervención allí llegaba tan lejos como aquello, hasta era posible incluso que la futura nueva especie se uniera a ello en su larga y lenta labor. Aunque nunca podía saberse. O al menos ello no lo sabía.
        Después de todo, ello sólo era sembrador de mundos


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